La democracia
que cultivamos

¿Qué es realmente la democracia? ¿Un sistema de elecciones, un conjunto de instituciones, un ideal de convivencia? ¿O un contrato que repetimos sin siempre comprenderlo? Y, sobre todo, ¿qué ocurre cuando la confianza —ese tejido invisible que nos permite convivir— se quiebra?

Cuando preguntamos a los niños de nuestra Universidad de los Niños qué entienden por democracia, muchos responden que es elegir a alguien que defiende los intereses de todos. Esa asociación temprana entre democracia y elecciones no surge de la nada; refleja el espejo cultural que les ofrecemos los adultos, la manera en que solemos comprender y transmitir la política. Sin embargo, la democracia es mucho más que votar cada cierto número de años. Es un modo de vida compartido que se juega tanto en lo grande como en lo pequeño: en el Congreso, en la ciudad, en el colegio, en la universidad, en la empresa, en el barrio, en la familia.

Esta edición, titulada ¿Crisis de la democracia?, convoca voces diversas: profesores de la Escuela de Derecho y de la Escuela de Finanzas, Economía y Gobierno, investigadores del Centro de Valor Público, así como periodistas, empresarios y ciudadanos que se atreven a reflexionar sobre qué significa cuidarla en tiempos de polarización, desinformación y malestar en sociedades profundamente desiguales. La universidad cumple aquí su papel: abrir espacios plurales, elevar la calidad del debate público y proponer caminos de entendimiento.

Un hilo atraviesa toda reflexión sobre la democracia: la confianza. No solo en las instituciones o en las reglas de juego, sino también en los vecinos, en los colegas, en los ciudadanos con los que compartimos la vida. La confianza no es ingenuidad: es el tejido silencioso que sostiene los acuerdos, lo cual, a su vez, hace posible que el disenso no se convierta en ruptura y que la diferencia no derive en violencia. Hoy es, quizá, el recurso más escaso, aunque también el más necesario. Sin confianza, la democracia se marchita; con ella se convierte en un terreno fértil para innovar, convivir y transformar la sociedad.

En ese cultivo, la educación ocupa un lugar esencial. Una democracia sólida no se sostiene solo en instituciones: sino también, en ciudadanos capaces de pensar críticamente, deliberar, escuchar y participar más allá del voto. Educar en democracia es sembrar valores, derechos y deberes; es cultivar la conciencia de que solo así la vida en común se convierte en un proyecto compartido y sostenible.

Como veremos en esta revista, la historia muestra avances y retrocesos: constituciones que ampliaron derechos y también momentos de deriva autoritaria. Pero igualmente revela la capacidad de las sociedades para reinventarse y defender sus libertades. La lección es clara: la democracia no se hereda, se cultiva.

Por eso, este editorial lo firmamos a dos voces. Porque la democracia siempre es diálogo, nunca monólogo. Igual que esta reflexión, que nace de una conversación compartida, la democracia se sostiene cuando aprendemos a escucharnos y a construir juntos. La universidad tiene aquí la responsabilidad de aportar conocimiento que ilumine las decisiones colectivas. Esta edición especial es, sobre todo, una invitación a ser protagonistas activos de la conversación democrática.

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