El calentamiento global también deshiela la economía

El aumento de la temperatura y las catástrofes causadas por los gases de efecto invernadero exigen inversión, y se notarán en la disminución del PIB de los países.

Por Felipe Sosa Vargas

De cambio climático, mayor temperatura y deshielo se habla en medios de comunicación, en redes sociales, en ambientes académicos… Se mencionan sus causas y efectos, pero pocas veces el foco recae en las implicaciones económicas que estos fenómenos producen. El Informe Stern sobre la economía del cambio climático, presentado en el Reino Unido en 2006, concluyó que se requería una inversión del 1 % del producto interno bruto (PIB) mundial para mitigar sus efectos, y que, de no hacerlo, la pérdida podría ser de entre el 5 % y el 20 % de ese PIB en futuras décadas.

En octubre de 2023, la ONU hizo un llamado a implementar estrategias eficientes. Su secretario general, António Guterres, desde los montes del Himalaya, pidió “poner fin a la locura” y afirmó que los glaciares de Nepal se derritieron en la última década a un ritmo acelerado, al superar en un 65 % la fusión de la década anterior.

 

Espiral de contaminación

Juan Carlos Muñoz, doctor en Economía y director del área de Política y Desarrollo de la Escuela de Finanzas, Economía y Gobierno de la Universidad EAFIT, aclara que, para entender esos efectos es necesario comprender las precondiciones que modificaron los ecosistemas. “Estamos en una espiral y esta va a llegar a un punto en el que no va a tener control. Estamos en una coyuntura que demuestra que la forma de consumo que teníamos afectó los ecosistemas”.

Explica que hace unos 50 años, en plena época de la llamada economía de posguerra, se consolidó un sistema basado en el consumo. Se afirmaba que los países podrían crecer de manera sostenida e indefinida, sin tener en cuenta los recursos naturales. Esa idea comenzó a desaparecer al evidenciar que había deshielo, efectos de gases invernadero y cambios de temperatura por la acumulación de dióxido de carbono (CO2).

El inglés Nicholas Stern, considerado el primer investigador que desde una perspectiva económica analizó esas consecuencias, concluyó que los costos de estabilizar el clima eran significativos, pero manejables, y que la demora sería más costosa. El profesor Muñoz afirma que hoy se calcula que las afectaciones en promedio podrían reducir entre 2 % y 5 % el PIB de cada país. Llevando esto a una escala local, sería como si en Colombia rebajara todo lo que en 2022 aportó un departamento como Tolima (2,3 %) o Atlántico (4,0 %), según las cifras del Dane.

Además, los países se enfrentan a mayores demandas de servicios de salud por contingencias ambientales. La infraestructura se ve afectada por catástrofes naturales, aumenta la contaminación y la demanda de recursos. Esto distorsiona los mercados, se restringe la movilidad y se afectan casi todos los sectores productivos.

“Pero hay un sector que va a estar más afectado: el agropecuario”, dice el profesor Muñoz, y agrega: “La temperatura no solo va a modificar las condiciones de producción, sino también las composiciones del suelo, las estaciones de cultivo”. Esto genera la denominada pobreza climática, que afecta principalmente a los países de renta más baja, donde los habitantes dependen directamente de los recursos naturales para subsistir.

El Banco Mundial asegura que los 74 países con menores ingresos producen solo el 10 % de los gases de efecto invernadero, pero son los más afectados. En la última década han sufrido casi ocho veces más catástrofes naturales que a finales del siglo XX. Además, crece la posibilidad de conflictos, lo que incide en el aumento de la pobreza.

Para esa organización, los efectos se sienten, principalmente, a través del agua. En el informe Sequías y déficits (octubre de 2023) se afirma que en los últimos 50 años han aumentado las sequías extremas en un 233 %. Richard Damania, jefe del Grupo de Prácticas del Desarrollo Sostenible del Banco Mundial, declaró: “El PIB disminuye por una razón obvia: cuando hay una sequía, hay menos lluvias y los cultivos pueden fallar, los rendimientos caen. En América Latina, donde dependen de la energía hidroeléctrica, si hay menos agua, hay menos energía eléctrica, y, por ello, más enfermedades”.

“El punto central que debe orientar las políticas públicas es cómo será la recomposición alimentaria a partir del cambio climático, identificar cuáles son las ventajas que surgen y, desde el punto de vista de la mitigación, buscar una transformación productiva para reducir la huella de carbono”.

Juan Carlos Muñoz
Director del área de Política y
Desarrollo de la Escuela de Finanzas,
Economía y Gobierno de EAFIT

Mitigación y adaptación

Para enfrentar el cambio climático, los estados implementan dos clases de políticas públicas: las de mitigación y las de adaptación. Las primeras se enfocan en acciones para reducir el impacto o las huellas de carbono, invertir en investigación y aplicar tecnologías limpias; las segundas, apuntan a acomodarse a las nuevas realidades, pues se generan estructuras que, paradójicamente, en ocasiones son oportunidades.

Por ejemplo, los cambios de temperatura han permitido producir café en Colombia en terrenos por encima de los 2.000 metros sobre el nivel del mar, o incluso, que en Sicilia (Italia) se cultiven mangos, aguacates, bananos, guayabas y maracuyá. Ante esto, el profesor Muñoz asevera: “El punto central que debe orientar las políticas públicas es cómo será la recomposición alimentaria a partir del cambio climático, identificar cuáles son las ventajas que surgen y, desde el punto de vista de la mitigación, buscar una transformación productiva para reducir la huella de carbono”.

Por último, un gran reto se enfoca en que cada persona entienda que este es un problema mayor, y que la responsabilidad no es exclusiva de los gobiernos. Se trata de la supervivencia de las especies, no solo la humana, y, al ritmo del avance de los efectos del cambio climático, se avizora un colapso de la biodiversidad. Y no habría una segunda opción.

 

Pérdida de posibilidades

La doctora en Economía Diana Constanza Restrepo Ochoa, profesora de Macroeconomía y Sistemas Financieros de la Escuela de Finanzas, Economía y Gobierno de la Universidad EAFIT, enfatiza en los compromisos que han suscrito los países, por ejemplo, con el Acuerdo de París, pactado el 12 de diciembre de 2015 en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. “Cada país establece una contribución nacionalmente determinada (NDC, por sus siglas en inglés). Estos son instrumentos que se pueden utilizar como políticas públicas para determinar en qué sectores nos enfocamos”, explica.

195 países firmaron el Acuerdo de París. Sin embargo, los avances globales son desesperanzadores.

En contraposición a esas intenciones, el Panel Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) mostró en su sexto informe de evaluación, llamado Cambio Climático 2022, que las emisiones de gases de efecto invernadero aumentan. En 2019 calcularon en 59 gigatoneladas las emisiones de CO2 en el mundo, un 54 % más que en 1990 y 12 % más alto que en 2010, y el Acuerdo de París planteó decrecer a un total de entre 16 y 23 gigatoneladas anuales a 2030, con un aumento máximo de 2 °C de la temperatura media mundial en este siglo.

LO QUE HAY QUE PREGUNTARSE

¿Podremos lograr un futuro más sostenible?

LO QUE HAY QUE PREGUNTARSE

¿Podremos lograr un futuro más sostenible?

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *