Las empresas
que la democracia necesita

Por David Escobar

Gerente de Confama

La confianza es el sustrato invisible que sostiene lo que nos permite vivir juntos: las amistades, los negocios, el aprendizaje, la creatividad y hasta la democracia. Hace posible que un equipo innove, un barrio coopere, un paciente siga un tratamiento y un ciudadano respete la ley. Sin embargo, es un bien extraño: aunque todos decimos valorarla y pretendemos inspirarla, como el oxígeno, solo se nota cuando falta.
Sin ella la democracia se torna frágil, las organizaciones se debilitan, la economía se estanca: se nos escapa de las manos la aspiración de un proyecto colectivo. Con confianza todo parece funcionar mejor. Es una cualidad social que lubrica y anima las relaciones sociales, comerciales, familiares y ciudadanas.

Según la última ola de la Encuesta Mundial de Valores, apenas 4 de cada 100 colombianos creen que pueden confiar en la mayoría de la gente; asimismo, vemos deteriorarse paulatinamente la confianza en las instituciones. ¿Cómo podemos restituirla y retomar la senda del progreso y la paz? ¿Qué podemos esperar de una sociedad que desconfía?
Las empresas, dice este estudio, conservan un mayor capital de confianza que la mayoría de las demás instituciones, con lo cual podrían pensar que este no es asunto suyo. Pero tienen otra alternativa: reconocer, con coraje y compromiso, que no son simples islas productivas y que, en tiempos de polarización, por su alcance, su capacidad de tender puentes y su huella en millones de vidas de proveedores, clientes y empleados, tienen en sus manos el raro privilegio y la urgente tarea de reconstruir confianza social.

No se trata de que los empresarios sustituyan el rol de líderes políticos o de organizaciones sociales. Sería suficiente que se asuman como parte activa y cuidadora de la conversación democrática, la más fundamental manifestación del capitalismo consciente que necesitamos en nuestra época. Una forma de hacer empresa que va más allá de generar empleo y que, cuando promete cuidar a las personas y al planeta, incluye en ese cuidar a la democracia y sus instituciones, derribando la barrera silenciosa entre sector privado y sociedad.

Como nos enseñó la escritora Irene Vallejo en su visita por el aniversario 70 de Comfama, las palabras lector y elector comparten la etimología de elegir. Las empresas, cuando escuchan profundamente y deciden participar del debate público, encarnan ese vínculo. Son capaces de leer y comprender la sociedad con realismo y visión de largo plazo. Saben aportar ideas a la conversación nacional, dan ejemplo de ética y generan símbolos y hechos culturales que unen a personas y comunidades. Construyen un valor social que trasciende la calidad de sus productos y la solidez de sus finanzas.
Quizá nunca llegue el momento de decir “ya cultivamos suficiente confianza, podemos dedicarnos a otra cosa”. La democracia no es una meta que se alcanza. Es una artesanía eternamente inacabada. Se sostiene si todos, incluidas las empresas, la defendemos día a día, preservando así el terreno común donde ciudadanía y economía crecen juntas: reglas claras, instituciones sólidas, compromiso activo.
Nos referimos a ella con la palabra cultivar porque, como toda siembra, requiere paciencia, persistencia y mucha atención. Los empresarios que necesita nuestra democracia son aquellos que construyen confianza cotidiana con el mismo espíritu con que el campesino cultiva la tierra; con amor, dedicación, sin prisas y, nunca hemos de olvidarlo, con una esperanza invencible, a prueba de los más devastadores incendios y de las peores tormentas.

Esta misión, sin embargo, implicará retos: exponerse a la incomodidad, permitir que la realidad contradiga las certezas de la sala de juntas y nutrirse de las perspectivas distintas, sobre todo de quienes desconfían y nos tiran tomates en redes y medios. Nos exigirá vulnerabilidad para reconocer errores y desafíos, y usar nuestra voz para admitir nuestras faltas.
Como diría el profesor Jorge Giraldo, para ser exitosos en este desafío tendríamos que “jugarnos la piel”. Sin asunción de riesgos no hay victoria ni ganancia. La confianza necesita de todo nuestro compromiso para poder, con el paso del tiempo, remunerar nuestra labor con sus más dulces frutos: una democracia sana, un país en paz, una sociedad que finalmente aprenda a caminar unida en medio de la diversidad.