Líderes, simplemente humanos

Un buen líder no es vergonzante con el uso del poder, más bien comprende el fenómeno social que es y lo sabe convertir en una fuerza creadora y ética que genera confianza al entregar lo mejor de sí”.

El País América, 2024

¿Para qué liderar? ¿Qué nos mueve a seguir a otros? ¿Y qué ocurre cuando quien guía también duda, también cae, también ama?

    El liderazgo ha sido una constante en la historia humana. Lo fue cuando alguien, en medio de la intemperie, decidió prender fuego por primera vez. O cuando otro eligió compartir la comida antes que esconderla. Incluso cuando surgieron las leyes, no para dominar, sino para imaginar una vida en común. Liderar es, en el fondo, una expresión profundamente humana: mirar el horizonte y atreverse a dar un primer paso, con la esperanza —nunca la certeza— de que alguien lo sigan.

    Y sin embargo, en este tiempo donde se multiplican los populismos, las promesas fáciles y los discursos de miedo, la figura del líder se llena de ruido. Nos preguntamos, con razón, si aún tiene sentido. Si no hemos agotado el concepto. Si lo romantizamos, pensando que llegará el líder carismático, y hemos dejado de valorar al líder valiente, al que es auténtico. Como decía Ortega y Gasset, el verdadero acto de heroísmo es ser uno mismo.

    Esta universidad, que este año celebra 65 años de historia, es testigo de muchas formas de liderazgo. Algunas visibles, otras silenciosas. Todas necesarias. Su propia creación en mayo de 1960 respondió a una pregunta, a una búsqueda por la formación de líderes. Desde entonces, en el corazón de EAFIT existe una exploración común: el desarrollo de una mentalidad que impulse la acción decidida por el bien común. El liderazgo de impacto. Detrás de cada ejercicio de poder transformador —eso que nombramos liderar— florecen ideas creadoras que se comprometen con el futuro.

     Como decía Séneca, “ningún viento es favorable para quien no sabe a dónde va”. Pero quizá, hoy más que nunca, liderar no sea saber a dónde vamos, sino sostener el deseo de avanzar juntos, de imaginar futuros habitables, de cuidar lo que importa.

En esta edición, no proponemos una definición única de liderazgo. Proponemos una pausa. Un espacio para mirar con otros ojos ese ejercicio dinámico de poder, tan humano que se relaciona con la vulnerabilidad, con el cuidado de sí mismo, del otro y de lo otro. Para desmontar los mitos que nos impiden ver la belleza —y también la responsabilidad— de guiar sin imponer.

     Porque liderar no es encarnar una perfección inalcanzable, sino asumir, con humanidad, el compromiso de actuar aun en la duda, de inspirar desde la honestidad, de avanzar sin certezas pero con convicción. Seguimos a otros no por lo infalibles que sean, sino porque su coraje para sostener la esperanza en medio de la fragilidad nos recuerda que lo común aún es posible. Liderar, entonces, es un acto radical de fe en los otros, en los vínculos, en la posibilidad de construir juntos lo que todavía no existe.